Margarita cansada de esperar que el amor verdadero llegue hacia ella se levantó temprano una mañana decidida a cambiar su destino. Se empleó en un salón de estética masculina de muy buen nivel y puso manos a la obra. ¡Qué deleite para sus ojos! ¡Qué hombres refinados, esbeltos, caballeros, adinerados, maravillosos! Y todos para Margarita. Ella es reflexóloga así que a través de los pies de los clientes pudo acceder a los secretos más recónditos de cada potencial esposo. Sabía que el indicado llegaría en cualquier momento. Mientras tanto probó suerte con Esteban, bancario y de buen pasar económico, sus pies sólo delataban estrés así que era un buen candidato para probar. Salieron a almorzar varias veces y a amarse otras tantas. Finalmente, una llamada urgente dejó al descubierto que era casado. Entonces conoció a Joaquín, hombre de negocios, después a Rodrigo, graduado en leyes, más tarde a Fermín, bisexual con pareja estable, luego a Donato, experto en sexo pero con grandes conflictos narcisistas, también a Lucas, Iván, Ernesto, Roberto, Rogelio y muchos otros pero o eran casados, o ególatras consumados, o mujeriegos, o fóbicos al compromiso, entre otras “patologías”. En fin, leer el mapa de los pies sólo le pronosticó a Margarita saber si estos hombres tenían problemas estomacales, de hígado, de jaquecas pero no si iban a ser el amor de su vida. Desde que tomó este empleo ya pasaron catorce meses y ella sigue buscando frenéticamente el hombre ideal. Se encuentra tensa, angustiada, contracturada porque cree que cada vez que la puerta de su gabinete se abre entrará él. No se dio cuenta, aún, de que la vida pasa a su lado y de que Javier, el cadete de la cafetería del centro de estética no sabe cómo hacer para invitarla a pasear por la plaza del barrio para declararle su amor.
Por qué será que nos empeñamos en la búsqueda infinita y rechazamos aquello que no buscamos y que podría llenarnos de amor. Por qué no embarcarnos también en la aventura de conocer a tantos Javieres que nos harían, quizás, muy felices. Margarita busca el hombre perfecto y espera que se abra la puerta de su gabinete. El hombre que aguarda no es real, es una recreación de aquel que idealizó. Por eso la eterna angustia y la ceguera frente a Javier. Ella espera a aquel que la espera. La espera es la tendencia a la pasividad, a la evasión de los conflictos interiores. Por qué esperar y no llevar a cabo la acción inversa que es el accionar. Por qué no dejar de esperar y empezar a aceptar las posibilidades que se nos presentan espontáneamente sin forzar las situaciones. Dejemos que la vida fluya ante nuestra presencia rompiendo la dualidad discursiva que nos apresa. Disfrutemos el momento. Encontrar es una buena recompensa.
¡Hasta la próxima peripecia!
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